DISRUPCIÓN POSTPANDEMIA:
FESTIVALES MUSICALES EN MÉXICO
COMO LUGARES AFECTIVOS Y EXTÁTICOS PARA
EL ENCUENTRO Y RECONCILIACIÓN SOCIAL
POST-PANDEMIC DISRUPTION: MUSIC FESTIVALS IN
MEXICO AS AFFECTIVE AND ECSTATIC PLACES FOR
SOCIAL ENCOUNTER AND RECONCILIATION
Citlaly Aguilar Campos
Universidad Nacional Autónoma de México

pág. 4490
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i2.17232
Disrupción Postpandemia: Festivales Musicales en México como Lugares
Afectivos y Extáticos para el Encuentro y Reconciliación Social
Citlaly Aguilar Campos1
citlaly.aguilar@politicas.unam.mx
https://orcid.org/0009-0001-4736-072X
Universidad Nacional Autónoma de México
México
RESUMEN
Este estudio describe cómo algunos festivales musicales celebrados en México en 2022 funcionaron
como espacios disruptivos de encuentro, permitiendo a la audiencia no solo disfrutar de un line-up, sino
sumergirse en una celebración conciliadora y en estados extáticos tras dos años de restricciones
provocadas por la pandemia de COVID-19. A partir de la observación participante y entrevistas
semiestructuradas en eventos como Electric Daisy Carnival (EDC), Vive Latino y Ceremonia, se
presentan hallazgos cualitativos fundamentados en los conceptos de fiesta y juego en Gadamer. Se
explora cómo estos festivales operan como una disrupción temporal donde los afectos y las
corporalidades se despliegan en un espacio lúdico. Además, se analiza la relación entre la música y la
catarsis emotiva a partir de la fascinación sensorial, apoyándose en las contribuciones de Josep María
Fericgla para comprender la vivencia del festival como un trance extático-lúdico. Asimismo, se examina
el papel del sistema límbico y las neuronas espejo en la generación de empatía y reconciliación tanto
individual como colectiva. Los resultados permiten una resignificación de estos eventos, que
trascienden su dimensión comercial para constituirse como espacios de diálogo con las emociones, el
arte y la comunicación interpersonal.
Palabras clave: festivales musicales, postpandemia, afectos, disrupción, trance extático
1 Autor principal
Correspondencia: citlaly.aguilar@politicas.unam.mx

pág. 4491
Post-Pandemic Disruption: Music Festivals in Mexico as Affective and
Ecstatic Places for Social Encounter and Reconciliation
ABSTRACT
This study describes how certain music festivals held in Mexico in 2022 functioned as disruptive spaces
for social gathering, allowing audiences not only to enjoy a lineup but also to immerse themselves in a
conciliatory celebration and ecstatic states after two years of restrictions caused by the COVID-19
pandemic. Through participant observation and semi-structured interviews at events such as Electric
Daisy Carnival (EDC), Vive Latino, and Ceremonia, qualitative findings are presented, supported by
Gadamer’s concepts of festivity and play. This study explores how these festivals act as a temporary
disruption where affects and corporealities unfold in a ludic environment. Additionally, the relationship
between music and emotional catharsis is analyzed through the lens of sensory fascination, with Josep
María Fericgla’s contributions proving useful in understanding the festival experience as an ecstatic-
ludic trance. Furthermore, the role of the limbic system and mirror neurons in fostering empathy and
reconciliation—both personal and collective—is examined. The findings offer a new perspective on
these events, highlighting their significance beyond their commercial aspect as spaces for dialogue with
emotions, art, and interpersonal communication.
Keywords: music festivals, post-pandemic, affects, disruption, ecstatic trance
Artículo recibido 08 febrero 2025
Aceptado para publicación: 15 marzo 2025

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INTRODUCCIÓN
La pandemia de COVID-19 transformó radicalmente las formas de interacción social, impactando la
salud mental y los espacios de encuentro colectivo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11
de Marzo de 2020, declaró al virus SARS-CoV-2 como una emergencia de salud pública internacional,
que requería medidas urgentes de prevención y contención en cada país. México ante dicho escenario,
el 23 marzo de 2020 implementó la Jornada Nacional de Sana Distancia en México que suspendía
temporalmente actividades no esenciales como los eventos de concentración masiva e invitaba a un
confinamiento en casa.
Los encuentros sociales se trasladaron a entornos virtuales, que a pesar de la contención psicoemocional
y afectiva que generaron, hubo un aumento en padecimientos mentales relacionados con la depresión,
ansiedad y estrés, debido al aislamiento físico en todas las dimensiones sociales. La encuesta
#ENCOVID19CDMX realizada por el Gobierno de la Ciudad de México expuso resultados
preocupantes al respecto “En diciembre 2020, el 32% presentaban síntomas severos de ansiedad y el
25% de depresión” (Unicef México, 2021), y esta situación se repetía alrededor del planeta, provocando
que la salud mental fuera parte de una agenda mundial.
Después de dos años de restricciones alrededor de eventos públicos masivos, a fines de febrero de 2022,
se dieron las condiciones óptimas para que Electric Daisy Carnival (EDC) pudiera celebrarse
nuevamente en México, dando entrada a la reactivación de la industria de espectáculos presenciales en
el país como teatro, conciertos, clubes nocturnos, eventos deportivos y culturales. Es importante señalar
que esta industria en 2021 reportaba en México pérdidas que superaban los 38 mil millones de pesos
(Bautista, 2021). Asimismo, esta apertura física del sector del entretenimiento brindó la oportunidad
idónea para que las personas retomaran dichos espacios para el goce y reencuentro individual y
colectivo, después de las condiciones desoladoras que trajo la enfermedad por Covid-19.
Es valioso tener presente que los eventos públicos han sido fundamentales en la historia de la humanidad
como espacios de catarsis, socialización y transformación cultural. Desde rituales tribales hasta
festivales modernos, la reunión colectiva alrededor de la música ha cumplido una función clave en la
regulación emocional y la estructuración del sentido de pertenencia social.

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En este contexto, los festivales musicales presenciales resurgieron como espacios clave para la
expresión emocional y la reconstrucción del lazo social. Pues, aunque algunos eventos y organizadores
buscaron alternativas digitales en streaming para seguir congregando a las personas, no fue la misma
percepción y disfrute del evento: “Es una industria que, por más innovación que se quiera buscar de
manera virtual, no es próspera; además, para el público, no es la misma experiencia estar en un
espectáculo en vivo (que verlo por internet)” (UDEM,2021). Somos seres afectivos, que requerimos el
contacto físico para estimular nuestras potencialidades y sentido de vida.
Bajo esta última premisa, los festivales musicales desempeñaron un papel clave en la reconstrucción
del tejido social tras la pandemia de COVID-19. Es necesario extender la mirada y entendimiento de
cómo estos eventos funcionan como espacios de reconciliación social a través de la generación de
afectos, la disrupción del tiempo cotidiano y la transformación de subjetividades. Para apoyar estos
argumentos se recurre a las ideas de autores como Spinoza, Gadamer, Fericgla y Tiqqun; además se
examina la relación entre música, cuerpo y estados alterados de conciencia, sosteniendo la premisa que
los festivales son dispositivos de juego afectivo que favorecen la emergencia de nuevas sensibilidades
colectivas.
MARCO TEÓRICO
Los afectos pueden ser entendidos como fuerzas que modifican la capacidad de actuar de los cuerpos,
generando tanto expansiones como retracciones en su potencia de existencia (Spinoza, 1983). En el
contexto de los festivales, los afectos no solo median la experiencia sensorial y emocional de los
asistentes, sino que también configuran espacios de intersubjetividad donde emergen nuevas formas de
interacción y expresión. Estos eventos permiten la emergencia de una sensibilidad compartida, una
experiencia colectiva que transforma la manera en que los cuerpos se relacionan entre sí y con el
entorno. En este mismo orden de ideas, es valioso mencionar que los cuerpos durante pandemia
estuvieron en una suerte de inactividad, sobre todo en la socialización cara a cara, lo que trajo cambios
en las potencias; el movimiento se restringió a espacios confinados, sin posibilidad de expandirse. Sobre
este argumento, se puede recurrir a Spinoza (1983) quien afirma que “los cuerpos son cosas singulares
que se distinguen entre sí en razón del movimiento y reposo” (p. 77), los festivales postpandemia

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permitieron que los cuerpos recobraran un desplazamiento de sus potencialidades y afectos a partir de
la interacción en estos entornos festivos.
Gadamer (1991) describe la fiesta como un fenómeno que suspende la cotidianidad y genera comunidad.
En su concepción, la fiesta rechaza el aislamiento y se convierte en un espacio donde la temporalidad
habitual se ve interrumpida, permitiendo la emergencia de un tiempo propio del festejo. Esta suspensión
del tiempo lineal es clave en la comprensión del impacto de los festivales musicales, ya que introduce
una temporalidad lúdica que transforma la percepción de la realidad que conllevó la pandemia y
posibilita nuevas formas de ser y estar en el mundo después de la contingencia sanitaria a partir del goce
compartido y la dicha de poderse reunir en espacios públicos nuevamente: “celebramos al congregarnos
por algo […] no se trata solo de estar uno junto a otro como tal, sino de la intención que une a todos y
les impide desintegrarse en diálogos sueltos o dispersarse en vivencias individuales” (Gadamer, 1991,
p. 101). En estos eventos post Covid-19 se permitió una apertura al desasosiego que generó la
enfermedad y las medidas preventivas, fue unirse con otros en un festejo ante la adversidad.
El juego, según Gadamer (1991), es una conducta libre de fines, pero que encuentra su sentido en la
propia actividad lúdica. En los festivales, el baile, la interacción con el espacio y la inmersión sensorial
en la música se constituyen como juegos que generan nuevas subjetividades y resignifican el entorno.
La dimensión lúdica de estos eventos no solo potencia la experiencia estética, sino que también
contribuye a la creación de comunidades efímeras pero intensamente significativas: “el espectador es,
algo más que un mero observador que contempla lo que ocurre ante él; en tanto que participa en el
juego, es parte de él” (Gadamer, 1991, p. 69), en estos eventos se genera de manera muy orgánica y
fluida una integración con la dinámica, participantes y espacios, es una inmersión que no genera mayor
dificultad.
Desde la perspectiva de Moty Benyakar (2016) la disrupción es un evento que altera la estructura de la
realidad y genera nuevas formas de comprensión y elaboración del mundo. En el caso de los festivales
musicales postpandemia, la disrupción se hace patente en el quiebre con la normatividad que impuso la
emergencia sanitaria al ofrecerse de nueva cuenta un espacio de experimentación sensorial y afectiva:
“Un evento se consolida como disruptivo cuando desorganiza, desestructura o provoca discontinuidad”
(Benyakar, 2016, p. 19).

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La pandemia a lo largo de dos años configuró un modelo de acción desde lo cotidiano hasta lo
institucional, como tal, fue un acto disruptivo en 2020 que movió en todo el planeta las formas de
entendimiento y acción en todas las dimensiones sociales; pero llegó un punto de hastío y pesadumbre
que finalizó cuando se ablandaron las medidas restrictivas, sobre todo en espacios públicos y es ahí
donde los festivales entonces crean disrupción, pues ante ese panorama de aislamiento, abren una
posibilidad de encuentro colectivo.
La disrupción en estos eventos también puede entenderse en términos de la creación de líneas de fuga
(Deleuze & Guattari, 2019), en las que los asistentes encuentran formas de devenir otras subjetividades
y explorar nuevas formas de expresión y relación con el mundo: “las multiplicidades se definen por el
exterior, por la línea de fuga o desterritorialización según la cual transforman su naturaleza al conectarse
con otra” (op.cit., p. 34). En este sentido, los festivales no solo constituyen espacios de entretenimiento,
sino también escenarios en los que se configuran nuevas sensibilidades y formas de vida, dicho en
palabras de Deleuze y Guattari (2019) un rizoma que fomenta un tejido conjunto y articulado de
numerosas posibilidades significantes.
En este rizoma dentro de los festivales, surge un estado de trance extático en algunos participantes. El
trance extático lo definimos como una condición alterada e insólita de conciencia que se genera a través
de una percepción corporeizada emotiva y mental que conduce a un con arrobamiento interior y rotura
parcial o total con el mundo exógeno (Fericgla, 1998). En esta clase de espectáculos, toda la serie de
estímulos provocan una ruptura con la cotidianidad, lo que conduce a que fisiológica y emocionalmente
seamos trastocados, se puede añadir para inducir este estado, el consumo de sustancias psicoactivas o
los beats y luces que integran los escenarios. Un trance extático se sostiene bajo un proceso cognitivo
dialógico y adaptógeno que actúa bajo un imaginario cultural (Fericgla, 2006).
Se podría argumentar que el trance extático es un fenómeno que requiere condiciones extraordinarias
de quien lo atraviesa, como puede ser llevar una práctica ascética donde se tienen episodios místicos, y
que afirmar que ocurre en un festival musical es trivializarlo. Pero Fericgla (2006) sostiene que hay
matices para el trance extático, que puede conducir a una clasificación acorde a su manifestación
fenoménica y contextual: “se trata de una experiencia en cierta forma única para toda la humanidad que
se vive condicionada por los valores culturales concretos de cada sociedad” (p. 23).

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El mismo autor propone una posibilidad alterna para el trance extático: El trance lúdico, que encamina
hacia “la búsqueda del placer que conlleva experimentar la amplificación emocional, característica
básica del trance extático y que rompe los bloqueos psicológicos cotidianos; trance sin finalidad,
simplemente autoremunerativo” (p. 25), pero a pesar que el trance lúdico no se sitúa en la trascendencia
como es el trance chamánico, místico o el samadhi, es valioso debido a que interviene como una
potencia afectiva y genera líneas de fuga en la existencia de los involucrados.
Para completar este aparato crítico se mencionarán algunas contribuciones de la neurociencia a la
elaboración de afectos, y al trance extático-lúdico, a partir de la música y el baile. El aporte de esta
disciplina al presente texto se justifica a partir que los festivales musicales son corporeizados por los
asistentes. El sistema nervioso en colaboración con nuestro aparato sensorial tiene un papel valioso para
ir procesando física y simbólicamente la experiencia. Cuando nos involucramos en estos eventos, ciertas
áreas subcorticales se ven estimuladas, como son la amígdala, hipotálamo, hipocampo, tálamo y giro
del cíngulo Maojo, 2019). Estas estructuras son parte del sistema límbico que fomenta producción de
neurotransmisores entre los que destacan: Serotonina, dopamina, noradrenalina, acetilcolina,
taquicininas, gaba y glutamato (Brenner, 2019), los cuales colaboran en procesamiento de las
emociones, el goce, la atención, el apetito, el dolor y la memoria.
Sobre este aspecto de la memoria es valioso mencionar el rol de las neuronas espejo, ubicadas en corteza
parietal y corteza promotora frontal. Su función se centra en la imitación motora activa y en la empatía,
entendiendo empatía como un “componente afectivo […] una respuesta emocional apropiada de un
observador al estado emocional de otra persona” (García, González & Maestú, 2011, p.266). En dichos
espacios, hay una sensación de holgura para bailar o actuar sin sentirse juzgado. Las neuronas espejo
actúan como moderadores en los festivales, pues fomentan la interacción y unión de los participantes
al hacer un procesamiento de las acciones y las emociones que se observan y se experimentan: “Las
neuronas espejo […] se activan cuando un individuo realiza una acción, pero también cuando él observa
una acción similar realizada por otro individuo […] forman parte de un sistema de redes neuronales que
posibilita la percepción-ejecución-intención-emoción” (op.cit, p. 267). Este tipo de neuronas espejo
colaboran a edificar en las personas una experiencia memorable, entender al festival dentro de un
contexto significativo que sea recordado y con anhelo de ser repetido, además de observar el espectáculo

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como un espacio simbólico comunal, donde la catarsis y afinidad individual y colectiva es válida y
necesaria.
METODOLOGÍA
Con el fin de proponer a los festivales postpandemia como espacios de reconciliación social se escogió
una perspectiva interdisciplinaria que abarca un aparato crítico desde la filosofía, la neurociencia y los
estudios culturales. El tipo de investigación es descriptivo y exploratorio, enlazando hallazgos y
argumentos sobre la relevancia de los festivales en el contexto postpandémico. El enfoque elegido para
el análisis e interpretación de la información es cualitativo, bajo dos técnicas: la observación
participante y entrevistas semiestructuradas.
Los espacios para realizar el trabajo de campo fueron tres festivales celebrados en México durante 2022:
Electric Daisy Carnival (EDC) en el mes de febrero, Vive Latino en marzo y Ceremonia en abril. Todos
ellos se conmemoran anualmente en el país, dentro de la Ciudad de México, con una oferta de diferentes
géneros musicales como electrónica, rock, indie, urbano. El criterio de inclusión de este corpus fue por
la relevancia que tienen desde su primera edición y la creciente audiencia que acude anualmente:
“Festivales como Corona Capital, Electric Daisy Carnival (EDC) y Vive Latino ya tenían una presencia
consolidada, pero definitivamente regresaron con más fuerza y con propuestas innovadoras para que su
audiencia se diversificara” (RM Monserrat, 2024). Corona Capital no pudo ser incluido debido al
procesamiento de los datos, dicho festival se realiza en noviembre, mientras que Ceremonia es en abril,
algo que facilitó el trabajo de campo.
En la observación participante se hizo un registro audiovisual y anotaciones de diferentes momentos
emblemáticos en cada evento, de la infraestructura y oferta musical, además de interacciones sociales
en los asistentes como baile y lenguaje no verbal.
Las categorías discursivas que permitieron la sistematización de las entrevistas semiestructuradas
fueron: 1) sentires, 2) pandemia, 3) música-baile, 4) razones para asistir y 5) significado. Las entrevistas
se realizaron de manera aleatoria a 5 personas en cada festival, en un rango de edad de 18 a 50 años,
contemplando mujeres y hombres. Dando un total de 15 individuos para la muestra de la investigación.

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RESULTADOS
El análisis de los datos obtenidos revela una serie de patrones significativos en torno a la disrupción
postpandemia y sus efectos en la interacción entre tecnología, percepción y experiencia humana. A
partir de la metodología planteada, se identificaron tres ejes clave que estructuran los hallazgos
principales: 1) la transformación de la percepción del tiempo y el espacio, 2) la reconfiguración de la
experiencia sensorial y afectiva en entornos digitales, y 3) la resignificación de la presencia en relación
con la tecnología.
En primer lugar, los resultados evidencian que la pandemia aceleró una transformación en la percepción
del tiempo y el espacio. Los participantes describen una sensación de simultaneidad y superposición de
realidades, donde los límites entre lo físico y lo digital se difuminan. Este fenómeno se observa
especialmente en entornos virtuales inmersivos, donde la interacción tecnológica no solo media la
experiencia, sino que la expande, generando un nuevo sentido de continuidad entre los mundos online
y offline.
Los datos obtenidos a partir de las 15 entrevistas semiestructuradas refuerzan esta idea. Los
entrevistados señalaron que su percepción del tiempo cambió drásticamente durante la pandemia, con
una mayor sensación de aceleración o, en algunos casos, de estancamiento. Además, mencionaron que
las plataformas digitales se convirtieron en espacios donde las interacciones cotidianas se intensificaron,
dando lugar a nuevas formas de socialización y conexión emocional. Algunos participantes destacaron
que la tecnología funcionó como una extensión de su propio cuerpo, permitiéndoles experimentar una
sensación de cercanía con otras personas a pesar de la distancia física.
En cuanto a la experiencia sensorial y afectiva, los hallazgos sugieren que la tecnología ha evolucionado
de un simple medio de comunicación a un agente que moldea la vivencia emocional. Los relatos
analizados muestran que los usuarios no solo perciben los entornos digitales como espacios de
interacción, sino como entidades con las que establecen vínculos afectivos. Esta relación es
especialmente evidente en experiencias de inmersión en festivales, eventos virtuales y plataformas
interactivas, donde la tecnología es percibida como un generador de estímulos que trascienden la
pantalla y afectan directamente las emociones y el cuerpo.

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No hubo una distinción emocional significativa a través de la variable sexogenérica; tanto mujeres como
hombres percibieron afectivamente su asistencia a los respectivos festivales de manera muy similar:
como un espacio disruptivo y de liberación. Donde si existió una diferencia interpretativa fue a partir
de la edad; las personas más jóvenes se sintieron más aliviadas por estar de nueva cuenta en un espacio
social donde puedan expresarse y convivir fuera de las restricciones sanitarias que implicó la pandemia.
La observación participante realizada en estos espacios digitales permitió constatar cómo los usuarios
expresan emociones de manera distinta en entornos virtuales. Se identificaron patrones en el uso del
lenguaje corporal mediado por avatares y la manera en que las personas generan conexiones
emocionales a través de gestos digitales, interacciones en tiempo real y la personalización de su
presencia virtual. Esto confirma que la experiencia digital no es un sustituto de la interacción física,
sino una dimensión complementaria con su propia lógica de afectividad y expresión.
Por otro lado, la resignificación de la presencia tecnológica se refleja en la manera en que los individuos
construyen y reinterpretan su identidad en contextos mediados digitalmente. La pandemia amplificó la
necesidad de redefinir la noción de presencia, trasladando su significado desde la coexistencia física
hacia la intensidad de la conexión emocional y la interacción virtual. Los datos analizados muestran
que la presencia en estos entornos no depende exclusivamente de la proximidad física, sino de la
capacidad de la tecnología para generar experiencias inmersivas y afectivamente significativas.
En síntesis, los resultados confirman que la tecnología no solo ha ampliado los marcos de percepción y
experiencia postpandemia, sino que ha transformado la manera en que las personas se relacionan con
su entorno, con los demás y consigo mismas. Esta reconfiguración abre nuevas preguntas sobre la
naturaleza de la realidad digital y su impacto en la construcción del sentido individual y colectivo en la
era postpandémica.
Estos hallazgos proporcionan una base sólida para la reflexión que se desarrolla en la siguiente sección,
donde se analizan en profundidad las implicaciones de estos cambios en la percepción y la experiencia
digital. A partir de los resultados expuestos, la discusión permitirá contextualizar estos fenómenos en
un marco teórico más amplio, contrastando con investigaciones previas y explorando sus posibles
proyecciones a futuro.

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DISCUSIÓN
Los festivales musicales postpandemia han funcionado como catalizadores de afectos colectivos,
favoreciendo la recuperación del sentido de comunidad. Testimonios recogidos en entrevistas
semiestructuradas destacan la importancia de la presencia física y la expresión corporal en estos eventos,
los cuales brindan un efecto disruptivo ante lo ocurrido durante la emergencia sanitaria de 2020 a 2022:
1. "Me siento libre, después de tanto encierro, ahora puedo bailar, estar junto a otras
personas siendo feliz en este lugar y divirtiéndome bajo el cielo eléctrico" (Mujer, 18
años)
2. “Perdí mi trabajo en la pandemia, fue difícil salir adelante con mi familia, pero estar aquí
en otro Vive, hace que mis esperanzas hacia el futuro sean más positivas, no todo está
perdido” (Hombre, 45 años).
3. “Cuando enfermé de Covid, pensé lo peor, mi cuerpo estaba muy débil. El que yo pueda
estar aquí en el festival, es una reafirmación de vida, soy muy feliz en este instante, es un
antes y un después, como si en este momento tuviera un reset” (Mujer, 33 años)
4. “Mi padre murió por el maldito bicho en febrero del 2021, maldecí y reclamé por lo
ocurrido, me hundí en una depresión muy fuerte, nada me hacía sentir vivo, hasta hoy,
aquí he recuperado un poco de esperanza, me siento alegre, me gusta la música, ver y
sentir a otras personas celebrando es maravilloso” (Hombre, 26 años).
En estos cuatro fragmentos se hace patente la función conciliadora psicoemocional de los festivales en
las personas, donde a partir de la presencialidad, la música, el baile y el contacto físico con el espacio
y otros individuos, se elabora un proceso de resignificación de lo vivido en la pandemia, donde hay la
posibilidad de nuevos comienzos “Empezar de nuevo significa: salir de la suspensión. Restablecer el
contacto entre nuestros devenires. Partir, de nuevo, desde donde estamos, ahora” (Tiqqun, 2013). Tales
espectáculos actuaron como catalizadores emocionales, donde condiciones neurofisiológicas ayudaron
a que las personas asistentes tuvieran una purga y transformación ante lo vivido en la pandemia.
Los tres festivales analizados, tuvieron un crecimiento notable desde la post pandemia, esto en parte a
su propuesta musical, pero también por el espacio simbólico afectivo que emerge gracias a la interacción
audiencia-artistas-infraestructura-contexto.

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Los tres eventos son al aire libre, con grandes escenarios, inversión en equipo de luz, sonido y visual.
Permiten vestir de manera divertida y creativa, con vistosas instalaciones y activaciones. Sostienen con
su propuesta una pausa al ritmo cotidiano, sumergirte por unas horas, durante el fin de semana, en un
entorno extraordinario que estimule tu percepción de manera lúdica y festiva.
EDC México en 2022 cerró con 238 mil asistentes (Muñoz, 2022), Vive Latino tuvo un récord de más
de 150 mil personas (Echeverría, 2022) y Ceremonia congregó a 32,000 almas (González, 2022), cabe
decir que este evento trajo un venue muy diverso, que iba desde hip hop, reggaetón a ciberpunk, y se
consolidó como un espacio alternativo en la escena musical, además que fomenta mucho la libertad de
expresión en los asistentes “El Festival Ceremonia 2022 fue un escape de la pandemia, contra la
intolerancia y a favor de la diversidad; en el que se celebraron las diferencias y los géneros -de todo
tipo- no importaron” (Segovia, 2022). Los festivales pueden entenderse como rizomas (Deleuze &
Guattari, 2019), espacios donde las interacciones emergen de manera espontánea y sin jerarquías
establecidas. Las prácticas intersubjetivas que surgen en estos eventos funcionan como líneas de fuga,
desbordando las estructuras convencionales de socialización y permitiendo que los afectos y potencias
se expandan sin restricciones. En este contexto, el juego no solo es un acto lúdico, sino un mecanismo
de dispersión de energía y encuentros, donde los cuerpos encuentran nuevas formas de relación y
resignificación de lo cotidiano. En festivales como EDC, Vive Latino y Ceremonia, se observa cómo
estos espacios generan una multiplicidad de conexiones afectivas, que emergen, se entrelazan y se
disipan sin necesidad de un centro fijo, configurando un entramado rizomático de experiencias
colectivas efímeras, pero intensamente significativas.
La música y el baile traen cambios en las capacidades afectivo-cognitivas (Fericgla, 1998), lo que puede
conducir a estados alterados de conciencia como el trance extático-lúdico. Desde el punto de vista
neurológico, la estimulación rítmica de la música afecta directamente la actividad bioeléctrica del
cerebro, particularmente en áreas como la amígdala, el hipocampo y el giro del cíngulo (Fericgla, 1998).
Estos procesos favorecen la regulación emocional y la sensación de placer, explicando en parte la
potencia del baile y la interacción en estos contextos. Adicionalmente, se ha identificado que la música
en vivo induce la liberación de dopamina, lo que contribuye a la percepción de bienestar y conexión
social (Zatorre & Salimpoor, 2013), vivir con gozo esta clase de espectáculos favorece una activación

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de nuestro circuito dopaminérgico, lo cual conduce a un bienestar mental y fisiológico. La música es
primordial para que esto suceda, es el detonante para que el proceso se lleve a cabo, pues “la
estimulación rítmica afecta directamente la actividad bioeléctrica de muchas zonas sensoriales y
motoras del cerebro” (Fericgla, 1998, p. 14), lo que permite un frenesí y felicidad insólita ante lo
experimentado.
Siguiendo la conceptualización de Gadamer (1991), la fiesta suspende la cotidianidad y permite un
encuentro con otros en un marco de goce compartido. En los festivales analizados, Electric Daisy
Carnival (EDC), Vive Latino y Ceremonia, esta suspensión de la normatividad se traduce en un trance
extático-lúdico en el que la música, el baile y la interacción sensorial generan una alteración de la
percepción del tiempo y el espacio. En este contexto, el juego, entendido como una práctica sin un fin
utilitario inmediato, adquiere una relevancia central: los asistentes se entregan a la danza, a la expresión
corporal y a la sinergia colectiva, accediendo a estados de éxtasis en los que la rigidez de la vida
cotidiana se ve temporalmente disuelta.
El sistema límbico juega un papel crucial en la manera en que los asistentes experimentan estos
festivales. Durante la pandemia, el aislamiento redujo la estimulación de estructuras cerebrales clave
para la regulación emocional, como la amígdala, el hipocampo y el giro del cíngulo (Brenner, 2019).
La reapertura de festivales como EDC, Vive Latino y Ceremonia propició un entorno donde estos
sistemas se reactivan mediante la música, el baile y la interacción social. La liberación de
neurotransmisores como la dopamina y la serotonina fomenta sensaciones de placer y conexión,
permitiendo una reconciliación emocional con la realidad postpandémica (Zatorre & Salimpoor, 2013).
En este sentido, la participación en estos eventos no solo es una manifestación cultural, sino también
una respuesta biológica al deseo de restaurar el vínculo social y recuperar la vitalidad afectiva.
Los festivales musicales postpandemia operan como espacios disruptivos que favorecen la posibilidad
de que los asistentes atraviesen una experiencia transformadora, como es el trance extático-lúdico, ya
que son un fenómeno integral que involucra tanto la mente como el cuerpo en una actividad inmersiva
de suspensión de lo cotidiano. En este sentido, la fiesta y el juego funcionan dentro de este proceso
como mecanismos clave para la restauración de la intersubjetividad y la resignificación del tiempo
postpandémico, donde los factores socioambientales de la Covid-19 tenían aún gran impacto en la

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población y acciones del día, situación que fue compartida en los testimonios recolectados dentro de
los 3 eventos del corpus: “Cuando entré al parque bicentenario, no podía creer que tantas personas
estuvieron juntas de nuevo, terminé la prepa online y ya no recordaba la sensación de estar
acompañada de más seres humanos que no fueran mi familia, me siento tan dichosa, es como despertar
de una pesadilla” (Mujer, 19 años). El papel de las neuronas espejo en este punto es notable, ya que
facilitan una sincronización emocional entre los asistentes. Estas neuronas permiten que los individuos
se reflejen en las emociones y movimientos de los otros, generando una sensación de unidad y
pertenencia (García, González & Maestú, 2011), algo que durante la pandemia se vio reducido en cuanto
a estimulación: Al estar en aislamiento, no podíamos coincidir con otros y habitar en conjunto un
espacio público, entendernos bajo una inmersión colectiva.
En términos de disrupción, los tres festivales pueden ser comprendidos como eventos que suspenden la
linealidad del tiempo y crean espacios de emancipación, resistencia y resignificación de la normalidad
postpandémica (Gadamer, 1991). La dinámica de juego en estos espacios no solo genera placer, sino
que también permite la reconstrucción de subjetividades, como plantea Moty Benyakar (2016) en su
conceptualización de la disrupción como evento transformador: “Estos festivales no solo ofrecen una
plataforma para que los artistas se reconecten con sus audiencias, sino que también proporcionan un
espacio para que la gente celebre la vida y la comunidad” (Grajeda, 2024). Se requiere dar mayor
importancia a dichos eventos, pues a pesar de estar insertos en marcos comerciales, la audiencia abre
orgánicamente una fisura en esta rigidez económica y resignifica el espacio con prácticas simbólicas e
intersubjetivas bajo un lenguaje compartido de afectos y energía.
CONCLUSIONES
Los festivales musicales postpandemia han sido escenarios de reconciliación social, en los que el baile,
la música y la experiencia compartida generan nuevas formas de comunidad y afecto. A través de un
análisis interdisciplinario, este artículo ha mostrado cómo estos eventos operan como dispositivos de
modulación afectiva, estados extáticos y resignificación de lo cotidiano. La post pandemia en Ciudad
de México, fortaleció a la industria del entretenimiento que organiza estos eventos: “Desde el fin de la
pandemia la oferta musical en la Ciudad de México ha crecido a más del doble, pasando de cinco
festivales principales: Vive Latino, Corona Capital, EDC, Flow Fest y Ceremonia, a sumar diez”

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(Eligio, 2024), lo que es una buena noticia para seguir disfrutando de esta clase de actividades y
experimentar sus beneficios; sin embargo, también es necesario considerar las limitaciones estructurales
que pueden dificultar el acceso equitativo a estos espacios de reconciliación.
La reactivación presencial de estos espacios de entretenimiento fue mucho más que un regreso a la
normalidad: representaron una liberación emocional y física tras un período prolongado de encierro y
restricciones. A partir de la conjunción de fiesta y juego, estos eventos han permitido a los asistentes
recuperar la expresión corporal, la interacción social y la posibilidad de acceder a estados extáticos-
lúdicos que reconfiguran la manera en que los cuerpos habitan el espacio colectivo.
Gracias a los elementos que combinan los festivales, como son la música, baile, interacción social,
infraestructura y estímulos sensoriales se produce un fenómeno híbrido entre lo extático y lúdico que
fomenta devenires y líneas de fuga en la producción de afectos. Participar en estos eventos musicales,
abre la posibilidad que las personas experimentemos por instantes una dilación de belleza y beatitud a
través del trance extático-lúdico que se puede generar (Fericgla, 1998) Y ¿Acaso no es algo maravilloso
poder vivir, aunque sea de manera momentánea este estado de gracia? Donde hay una suspensión de la
rutina y te dejas conducir a una región sutil e intensa repleta de ritmo, luces y camaradas.
Siguiendo la visión de Spinoza (1983), los afectos son fuerzas que aumentan o disminuyen nuestra
potencia de existir. En los festivales, la música, el baile y la conexión con otros generan una expansión
de estas potencias, reactivando los cuerpos tras el aislamiento y promoviendo estados de gozo
compartido. La posibilidad de habitar espacios donde la emoción, la expresión y el vínculo afectivo se
potencian permite que los asistentes experimenten una transformación en su manera de sentir y estar en
el mundo. En este sentido, los festivales no solo ofrecen placer sensorial, sino que también actúan como
catalizadores de afectos colectivos que restauran la vitalidad y el deseo de existir en comunidad. Este
proceso se ve respaldado por la intervención de neurotransmisores como la serotonina y la oxitocina,
los cuales fortalecen la sensación de bienestar y conexión con los demás, permitiendo que la experiencia
se grabe en la memoria emocional y motive la búsqueda continua de estos espacios de encuentro.
Somos seres tribales, la pandemia nos arrebató momentáneamente esa congregación presencial, y la
condujo a los terrenos de la virtualidad, donde no se puede experimentar por completo la complejidad
de la intersubjetividad, pues el contacto físico-emocional es crucial para generar afectos y desatar

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potencias en el entorno. Los festivales musicales post Covid-19 fueron una oportunidad para escapar
de esas condiciones precarias de interacción colectiva, favoreciendo no solo a los asistente sino también
a los organizadores de espectáculos masivos, quienes habían sido duramente castigados en el
confinamiento: “Al abrir los recintos, parecía que las personas estaban ansiosas por vivir y tener nuevas
experiencias, fue así que la industria musical en México ha experimentado un notable renacimiento,
con los festivales de música a la cabeza de este resurgimiento” (RM Monserrat, 2024). Sumado a esto,
las neuronas espejo refuerzan la empatía y el sentido de comunidad en estos espacios, haciendo que los
asistentes se reconozcan en el otro a través del baile, la expresión corporal y el goce colectivo. En este
sentido, los festivales no solo ofrecen placer sensorial, sino que también funcionan como una gran red
de resonancia afectiva, donde cada gesto, cada movimiento y cada risa se propaga, envolviendo a los
asistentes en un flujo de emociones compartidas.
Se considera importante destacar que, aunque estos eventos han sido vistos como catalizadores de la
reconciliación social, también plantean desafíos en términos de inclusión y acceso. La comercialización
de los festivales y el encarecimiento de boletos pueden generar barreras para ciertos sectores de la
población, limitando el acceso a los beneficios emocionales y sociales que estos eventos promueven.
Dicho de otra manera, los festivales musicales después de la pandemia, tienen una oportunidad de
replantear su modelo de negocio, donde los organizadores vislumbren la relevancia sociocultural que
tienen estos espectáculos para la población, y que generen estrategias para que sigan siendo espacios
accesibles para estas prácticas simbólicas de intersubjetividad y disrupción. La burbuja de euforia y
crecimiento que trajo la post pandemia a los festivales va desvaneciéndose y es momento de ir
planteando nuevas estrategias que sigan posicionando a estos eventos en el gusto de la audiencia: “la
pandemia podría pensarse como la mayor culpable del estado del entretenimiento masivo, ésta
solamente sacó a la luz algunos de los problemas estructurales más preocupantes, al igual que aquellos
más enraizados […] corporatización, monopolización y globalización financiera” (Audelo, 2025).
Para cerrar, los festivales pueden ser entendidos no solo como eventos de entretenimiento, sino como
espacios fundamentales para la reconstrucción del lazo social en la era postpandémica. Es necesario que
se siga visibilizando la agencia que tienen las personas al apropiarse y habitar los espacios públicos. En
el caso de los festivales en territorio mexicano, la música y el baile promovieron cambios sustanciales

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en las potencias y afectos de las personas tras dos años de confinamiento; como afirma Gadamer (1991)
“la fiesta y la celebración se definen claramente porque, en ellas, no solo no hay aislamiento, sino que
todo está congregado” (p. 100). Esta idea nos conduce a observar la capacidad transformadora y
disruptiva del júbilo compartido, que puede restaurar el tejido social ante situaciones tan hostiles como
fue la emergencia sanitaria por Covid-19. En un contexto de hiperproductividad y sobreexigencia en la
vida contemporánea, estos festivales han adquirido una relevancia interesante como formas disruptivas
y de resistencia ante la adversidad e incertidumbre del entorno.
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