LA FORMACIÓN DEL DOCENTE ACTUAL.
UN ENFOQUE DESDE LA TEORÍA DE LA
COMPLEJIDAD
MODERN TEACHER TRAINING.
A COMPLEXITY THEORY APPROACH
Zoraida Puentes Gallo
Universidad Pedagógica Experimental Libertador UPEL
pág. 3950
DOI: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v9i4.19036
La Formación del Docente Actual. Un Enfoque desde la Teoría de la
Complejidad
Zoraida Puentes Gallo
1
zoraidapuentes15@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-4723-8054
República Bolivariana de Venezuela
Instituto de mejoramiento profesional
Universidad Pedagógica Experimental Libertador UPEL
RESUMEN
En el contexto de los cambios vertiginosos que atraviesan las sociedades contemporáneas, repensar la
formación del docente se ha convertido en una necesidad urgente. Las transformaciones socioculturales,
tecnológicas, pedagógicas y cognitivas interpelan constantemente a los actores del sistema educativo,
exigiendo respuestas más integrales, flexibles y adaptativas. En este escenario, la teoría de la
complejidad emerge como una perspectiva teórica valiosa para comprender y abordar los desafíos
inherentes al desarrollo profesional docente. Abordar la formación docente desde la teoría de la
complejidad implica aceptar la incertidumbre, reconocer la diversidad de saberes, y valorar la
interconexión entre múltiples dimensiones que configuran la práctica educativa. De esta manera, se
plantea un modelo de formación que favorezca la autonomía profesional, el pensamiento crítico, la
creatividad y la construcción colectiva del conocimiento, aspectos clave para enfrentar los retos
educativos del siglo XXI. Para lograr lo planteado, desde una perspectiva descriptiva, se plantea el
artículo en la modalidad de ensayo, donde la autora busca destacar el papel del docente en la actualidad,
proyectando obtener una visión integral sobre la manera que debe considerarse el nuevo rol del docente
ante los cambios vertiginosos de la sociedad.
Palabras clave: adaptación, complejidad, formación docente
1
Autor principal
Correspondencia: zoraidapuentes15@gmail.com
pág. 3951
Modern Teacher Training. A Complexity Theory Approach
ABSTRACT
In the context of the rapid changes experienced by contemporary societies, rethinking teacher training
has become an urgent necessity. Sociocultural, technological, pedagogical, and cognitive
transformations constantly challenge stakeholders in the education system, demanding more
comprehensive, flexible, and adaptive responses. In this context, complexity theory emerges as a
valuable theoretical perspective for understanding and addressing the challenges inherent to teacher
professional development. Approaching teacher training from a complexity theory perspective implies
accepting uncertainty, recognizing the diversity of knowledge, and valuing the interconnectedness of
multiple dimensions that shape educational practice. Thus, a training model is proposed that fosters
professional autonomy, critical thinking, creativity, and the collective construction of knowledge—key
aspects for addressing the educational challenges of the 21st century. To achieve this objective, the
article is presented in the form of an essay from a descriptive perspective. The author seeks to highlight
the role of teachers today, seeking to provide a comprehensive view of how the new role of teachers
should be considered in the face of rapid changes in society.
Keywords: adaptation, complexity, teacher training
Artículo recibido 22 julio 2025
Aceptado para publicación: 25 agosto 2025
pág. 3952
INTRODUCCIÓN
La formación del docente en la contemporaneidad se enfrenta a desafíos sin precedentes, impulsados
por la rápida transformación social, cultural y tecnológica. Las aulas son microcosmos de una sociedad
cada vez más diversa e interconectada, donde la certidumbre y los modelos lineales de enseñanza-
aprendizaje resultan insuficientes. Ante este panorama, la teoría de la complejidad emerge como un
marco epistemológico y metodológico invaluable para repensar y reestructurar la preparación de los
educadores. Este enfoque reconoce que la educación no es un sistema mecánico y predecible, sino un
entramado dinámico de interacciones, emergencias y adaptaciones constantes. Asumir la complejidad
implica trascender las visiones reduccionistas que han permeado tradicionalmente la pedagogía, para
abrazar una perspectiva que valore la incertidumbre, la autoorganización y la interdependencia como
elementos constitutivos del quehacer educativo.
La formación docente, desde esta óptica, no puede limitarse a la transmisión de conocimientos
fragmentados o a la adquisición de técnicas estandarizadas; debe, en cambio, orientarse hacia el
desarrollo de capacidades para comprender y actuar en sistemas complejos, fomentando la reflexividad,
la creatividad y la colaboración. Como señala Edgar Morin (2001), uno de los principales exponentes
de este paradigma, "la reforma de la enseñanza debe conducir a una reforma del pensamiento y la
reforma del pensamiento debe conducir a una reforma de la enseñanza" (p. 21). Esta afirmación subraya
la necesidad de una transformación profunda que involucre no solo lo que se enseña, sino
fundamentalmente cómo se piensa y cómo se aprende a pensar la educación.
La teoría de la complejidad, con sus raíces en las ciencias naturales y exactas, ha extendido su influencia
a las ciencias sociales y humanas, ofreciendo herramientas conceptuales para analizar fenómenos
caracterizados por múltiples variables interconectadas, comportamientos no lineales y la emergencia de
propiedades nuevas e impredecibles. Aplicada al ámbito educativo, esta teoría invita a considerar las
escuelas y las aulas como sistemas adaptativos complejos, donde interactúan estudiantes, docentes,
currículos, contextos socio-culturales y políticas educativas. En estos sistemas, las acciones individuales
pueden tener efectos inesperados y amplificados, y las soluciones simplistas suelen ser ineficaces o
incluso contraproducentes.
pág. 3953
La formación docente, por tanto, debe preparar a los futuros educadores para navegar esta incertidumbre
inherente, desarrollando una "ecología de la acción", concepto también acuñado por Morin, que implica
ser consciente de que toda acción escapa en gran medida a la voluntad de su autor al entrar en el juego
de las interacciones del medio en el cual interviene. Un programa de formación docente informado por
la complejidad se alejaría de la prescripción de "recetas" pedagógicas universales, para centrarse en el
desarrollo de la capacidad de análisis contextual, la toma de decisiones informadas en situaciones
ambiguas y la adaptación flexible a las necesidades cambiantes de los estudiantes y del entorno.
Se trataría de formar docentes que no solo apliquen teorías, sino que sean capaces de teorizar desde su
propia práctica, en un diálogo constante entre la acción y la reflexión. "Un sistema complejo es un
sistema que no puede describirse de manera simple, ni tampoco entenderse a partir del análisis separado
de sus partes; requiere un pensamiento que capte las relaciones, interacciones y el contexto" (García,
2006, p. 45). Esta comprensión es fundamental para que el docente pueda percibir el aula no como un
conjunto de individuos aislados, sino como una red de relaciones que configura el aprendizaje.
Desde lo anterior planteado, el presente artículo realizado bajo la estructura de ensayo, ofrece un
recorrido teórico orientado a la comprensión del nuevo docente, considerando que las sociedades
evolucionan y exigen de sus profesionales, la adaptación a nuevas formas de gestar el saber y por ende
la formación del individuo. Se realiza bajo la metodología de una revisión bibliográfica, donde se
analiza de manera descriptiva e interpretativa las posiciones de las fuentes consultadas.
Desarrollo teórico
El rol del docente se transforma significativamente bajo la lente de la complejidad. Deja de ser el mero
transmisor de información o el técnico que aplica un currículo preestablecido, para convertirse en un
mediador, un facilitador del aprendizaje, un diseñador de ambientes enriquecidos y un investigador de
su propia práctica. Esta concepción del docente como profesional reflexivo y autónomo implica un
cambio en las estrategias formativas. Los programas deben ofrecer múltiples oportunidades para la
observación, la experimentación, el análisis crítico de situaciones reales o simuladas, y la colaboración
entre pares. La formación no se concibe como un proceso terminal, sino como un continuo de desarrollo
profesional a lo largo de toda la vida.
pág. 3954
En este sentido, Prigogine e Stengers (1990) argumentan que en los sistemas alejados del equilibrio,
como lo son los sistemas sociales y educativos, "la creatividad y la innovación son inherentes a su
propia dinámica" (p. 78). Por ello, la formación docente debe nutrir la capacidad de los educadores para
innovar, para cuestionar las prácticas establecidas y para generar nuevas respuestas a los problemas
emergentes.
Esto requiere espacios de formación que sean, a su vez, complejos y estimulantes, donde se valore el
error como oportunidad de aprendizaje y se promueva la construcción colectiva del conocimiento. La
habilidad para gestionar la diversidad en el aula, para atender a las singularidades de cada estudiante y
para fomentar un clima de inclusión y equidad, se vuelve primordial en un enfoque complejo, ya que
reconoce que cada individuo es un sistema único que interactúa de manera particular con su entorno.
Implementar un enfoque de complejidad en la formación docente implica también repensar la estructura
y el contenido curricular de los programas. En lugar de una acumulación de asignaturas disciplinares
desconectadas, se requiere un diseño curricular integrado, que promueva la comprensión de las
interrelaciones entre los diferentes campos del saber y su aplicación a problemas relevantes del mundo
real. Los problemas complejos, como el cambio climático, la desigualdad social o las crisis sanitarias,
no pueden ser abordados desde una única disciplina; requieren una mirada transdisciplinar que los
futuros docentes deben ser capaces de cultivar en sus estudiantes.
Según Doll Jr. (2002), un currículum basado en la complejidad debería caracterizarse por "la riqueza,
la recursividad, las relaciones y el rigor" (p. 178). Riqueza en cuanto a la multiplicidad de perspectivas
y recursos; recursividad en el sentido de volver sobre las ideas para profundizar la comprensión;
relaciones para conectar los conocimientos; y rigor para mantener la coherencia y la profundidad
intelectual. La evaluación de los aprendizajes también necesita una revisión; debe trascender las pruebas
estandarizadas que miden conocimientos factuales, para incorporar estrategias que valoren el desarrollo
de competencias complejas, como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la colaboración
y la comunicación en contextos diversos. La formación continua del profesorado, asimismo, debe
alinearse con estos principios, ofreciendo oportunidades para la reflexión colaborativa sobre la práctica,
la investigación-acción y la participación en redes profesionales que funcionen como comunidades de
aprendizaje y adaptación.
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Finalmente, la adopción de la teoría de la complejidad en la formación docente no es una panacea, pero
sí ofrece un horizonte prometedor para preparar educadores capaces de enfrentar los desafíos del siglo
XXI. Reconoce que la enseñanza es un arte y una ciencia, una práctica situada y profundamente humana
que no puede ser reducida a algoritmos o procedimientos fijos. Implica aceptar que el camino hacia una
mejor educación está lleno de incertidumbres y dilemas, pero también de enormes posibilidades
creativas.
La formación docente ha evolucionado significativamente en las últimas décadas, adaptándose a los
cambios tecnológicos, pedagógicos y sociales. En este contexto, los docentes deben desarrollar
habilidades en el uso de tecnologías digitales, el enfoque en competencias, la educación inclusiva, el
aprendizaje basado en la investigación y la formación continua.
Uno de los aspectos fundamentales en la formación docente actual es el uso de tecnologías digitales.
Según Cotán Fernández et al. (2024), "los recursos tecnológicos utilizados por los docentes mejoran
significativamente el aprendizaje de los estudiantes con discapacidad, permitiéndoles acceder al
contenido de forma flexible y adaptada" (). Esto demuestra la importancia de la capacitación en
herramientas digitales para mejorar la enseñanza en línea y el aprendizaje híbrido.
El enfoque en competencias es otro pilar esencial en la formación docente. Leiva Olivencia et al. (2025)
afirman que "la adquisición de competencias digitales es clave para lograr una educación equitativa y
de calidad" (). En este sentido, los docentes deben desarrollar habilidades como el pensamiento crítico,
la resolución de problemas y la enseñanza basada en proyectos.
La educación inclusiva también juega un papel crucial en la formación docente. Según Cotán Fernández
et al. (2024), "es fundamental capacitar y formar a los docentes para un uso efectivo e inclusivo de las
tecnologías en las aulas universitarias" (). Esto implica la implementación de estrategias para atender la
diversidad en el aula, incluyendo estudiantes con necesidades educativas especiales.
El aprendizaje basado en la investigación permite a los docentes fomentar el pensamiento científico en
sus estudiantes. Castañeda Calderón (2024) señala que "la educación se ha reconfigurado en torno a la
creación y aplicación de herramientas educativas digitales en los procesos de enseñanza-aprendizaje"
(). Esto refuerza la necesidad de integrar metodologías activas en el aula.
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Finalmente, la formación continua es esencial para la actualización docente. Según Leiva Olivencia et
al. (2025), "los recursos digitales se han convertido en el vértice de todo el entramado educativo, lo que
ha permitido vislumbrar la existencia de una brecha digital en los diversos agentes de la comunidad
educativa" (). Esto subraya la importancia de los diplomados, cursos y programas de especialización
para mejorar la práctica docente.
Formar docentes desde la complejidad es apostar por profesionales con una "cabeza bien puesta",
capaces de pensar de manera crítica y autónoma, de aprender permanentemente y de transformar sus
entornos educativos en espacios más justos, estimulantes y significativos para todos los estudiantes.
Esto no significa abandonar el rigor o la estructura, sino construir estructuras flexibles y rigurosas que
puedan adaptarse y evolucionar. Como lo resume Najmanovich (2005), "pensar la complejidad es, ante
todo, un desafío ético y político: el de construir un mundo en el que quepan muchos mundos" (p. 92).
La formación docente tiene un papel crucial en la construcción de ese futuro, preparando a quienes
tendrán la responsabilidad de educar a las nuevas generaciones en un mundo intrínsecamente complejo
y en constante devenir. La tarea es ardua pero esencial, pues de la calidad y pertinencia de la formación
docente depende, en gran medida, la capacidad de nuestras sociedades para navegar la complejidad y
construir futuros más esperanzadores.
La formación docente, en el umbral de una era marcada por la interconexión global y la acelerada
producción de conocimiento, requiere una profunda reorientación epistemológica y pedagógica. La
teoría de la complejidad, que concibe los fenómenos educativos como sistemas dinámicos, no lineales
y autoorganizados, ofrece un marco robusto para identificar los elementos cruciales que deben vertebrar
la preparación de los educadores del siglo XXI. Lejos de ofrecer un recetario, este enfoque invita a
cultivar un pensamiento y una práctica docente capaces de abrazar la incertidumbre, la emergencia y la
interdependencia. Un primer elemento fundamental a considerar es el desarrollo del pensamiento
sistémico y relacional.
Los docentes deben ser formados para comprender que el aula, la escuela y la comunidad educativa son
sistemas complejos donde múltiples factores interactúan de manera interdependiente. Como afirma
Edgar Morin (2001), "es necesario aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de
archipiélagos de certeza" (p. 45), lo que implica reconocer las conexiones en lugar de aislar los
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componentes. Formar en el pensamiento sistémico significa capacitar al docente para analizar las
dinámicas del aula no como eventos aislados, sino como manifestaciones de una red de relaciones entre
estudiantes, currículo, contexto y el propio educador. Esta perspectiva permite identificar patrones,
comprender las retroalimentaciones y anticipar, hasta cierto punto, las consecuencias no lineales de las
intervenciones pedagógicas. Se trata de superar la fragmentación del saber, promoviendo una visión
holística que "religa" los conocimientos y las experiencias.
Un segundo elemento crucial es el fomento de la reflexividad crítica y la autoorganización. La
complejidad demanda docentes que no sean meros aplicadores de técnicas, sino profesionales
autónomos capaces de reflexionar críticamente sobre su propia práctica, adaptarla y transformarla. La
formación debe, por tanto, cultivar la capacidad de autoobservación, análisis y reconstrucción de la
experiencia pedagógica. Donald Schön (1992) con su concepto de "profesional reflexivo", subraya la
importancia de la "reflexión en la acción" y "sobre la acción", permitiendo al docente aprender de la
experiencia y ajustar sus estrategias en tiempo real.
En un sistema complejo, donde no hay soluciones únicas ni predeterminadas, la capacidad del docente
para autoorganizar su práctica, experimentando y aprendiendo del error, es vital. "El conocimiento
pertinente es el que es capaz de situar toda información en su contexto, y si es posible, en el conjunto
global en el que se inscribe" (Morin, 2000, p. 15). Esta pertinencia se construye a través de una práctica
reflexiva que constantemente interroga los contextos y las propias actuaciones. Los programas
formativos deberían incluir espacios y metodologías que promuevan la metacognición, el diario
reflexivo, el análisis de casos y la investigación-acción como herramientas para desarrollar esta
competencia.
La adaptabilidad y la gestión de la incertidumbre constituyen un tercer pilar. Los entornos educativos
son inherentemente inciertos y cambiantes. La teoría de la complejidad nos enseña que los sistemas
vivos, incluidas las aulas, operan en el "borde del caos", un estado dinámico donde la creatividad y la
adaptación son posibles. Los docentes deben ser preparados para navegar esta incertidumbre, no como
una amenaza, sino como una oportunidad para la innovación y el aprendizaje.
pág. 3958
Esto implica desarrollar tolerancia a la ambigüedad, flexibilidad cognitiva y la capacidad de tomar
decisiones en escenarios imprevistos. Prigogine y Stengers (1990) señalan que "lejos del equilibrio,
nuevas estructuras pueden emerger espontáneamente" (p. 142). En la formación docente, esto se traduce
en diseñar experiencias de aprendizaje que expongan a los futuros educadores a situaciones
problemáticas abiertas, que requieran improvisación informada y la búsqueda de soluciones creativas,
en lugar de la aplicación de protocolos gidos. La resiliencia, entendida como la capacidad de
recuperarse y aprender de las dificultades, es también una cualidad esencial a cultivar.
Un cuarto elemento indispensable es la transdisciplinariedad y la integración del conocimiento. Los
problemas relevantes que enfrenta la sociedad y que permean el aula (como la sostenibilidad ambiental,
la equidad social o la salud digital) no pueden ser comprendidos ni abordados desde la óptica de una
única disciplina. La formación docente debe superar la compartimentación tradicional del saber y
promover un enfoque transdisciplinar que permita conectar conceptos, metodologías y perspectivas de
diferentes campos. Como argumenta Nicolescu (1996), la transdisciplinariedad concierne a "aquello
que está al mismo tiempo entre las disciplinas, a través de las diferentes disciplinas y más allá de toda
disciplina" (p. 36). Preparar a los docentes para diseñar experiencias de aprendizaje basadas en
proyectos, problemas o fenómenos que requieran la integración de saberes es fundamental. Esto no solo
enriquece la comprensión de los estudiantes, sino que también modela una forma de pensar más
adecuada a la naturaleza interconectada de los desafíos contemporáneos. La formación debería, por
ejemplo, facilitar el trabajo colaborativo entre futuros docentes de distintas especialidades para
planificar unidades didácticas integradas.
Finalmente, la ética del cuidado y la colaboración en red emerge como un quinto elemento esencial. En
un mundo complejo e interdependiente, las dimensiones éticas de la práctica docente adquieren una
relevancia superlativa. La formación debe enfatizar una ética del cuidado, que reconozca la singularidad
de cada estudiante y promueva relaciones basadas en la empatía, el respeto y la responsabilidad. Nel
Noddings (1984) argumenta que "el cuidado es la base de la moralidad" (p. 28) y que la relación
educativa debe ser fundamentalmente una relación de cuidado.
pág. 3959
Además, la complejidad requiere que los docentes trabajen colaborativamente, formando redes de
aprendizaje y apoyo mutuo. Ningún docente puede enfrentar aisladamente los desafíos del aula
contemporánea. La formación inicial y continua debe, por tanto, promover habilidades para el trabajo
en equipo, la comunicación efectiva y la participación en comunidades de práctica profesional. Estas
redes no solo fortalecen al individuo, sino que también permiten al sistema educativo en su conjunto
adaptarse y evolucionar de manera más efectiva, compartiendo conocimientos y co-creando soluciones.
La formación docente en Colombia enfrenta el desafío constante de responder a una realidad nacional
diversa, multicultural y atravesada por dinámicas sociales, económicas y políticas en permanente
transformación. En este escenario, la teoría de la complejidad emerge como un faro epistemológico
crucial, ofreciendo un marco para trascender los enfoques tradicionales, a menudo lineales y
fragmentados, y avanzar hacia una preparación de educadores capaces de comprender y actuar en la
intrincada red de factores que configuran el acto educativo. Adoptar una perspectiva de complejidad en
la formación de maestros y profesores en Colombia no es solo una opción teórica, sino una necesidad
imperante para forjar profesionales que puedan navegar la incertidumbre, fomentar la resiliencia y
construir aprendizajes significativos en contextos heterogéneos y, en ocasiones, adversos. Este enfoque
implica repensar los cimientos mismos de cómo se concibe y se implementa la formación docente,
orientándola hacia el desarrollo de un pensamiento crítico, sistémico y adaptativo. Como señala Edgar
Morin (2001), "la reforma de la enseñanza debe conducir a una reforma del pensamiento y la reforma
del pensamiento debe conducir a una reforma de la enseñanza" (p. 21), una máxima que resuena con
particular urgencia en el contexto colombiano, donde la educación es pilar fundamental para la equidad
y la construcción de paz.
Un elemento primordial en la formación docente colombiana desde la complejidad es el cultivo del
pensamiento sistémico y relacional. El sistema educativo colombiano, con sus marcadas disparidades
regionales, su diversidad étnica y cultural, y la coexistencia de múltiples realidades urbanas y rurales,
no puede ser comprendido a través de análisis simplistas. Formar docentes capaces de "ver el todo en
las partes y las partes en el todo" es fundamental. Esto implica que los futuros educadores comprendan
las interconexiones entre las políticas educativas nacionales, las realidades institucionales locales, las
dinámicas comunitarias y las trayectorias individuales de sus estudiantes.
pág. 3960
La capacidad de analizar cómo factores socioeconómicos, culturales e incluso históricos impactan el
aprendizaje en el aula es vital. "Un sistema complejo es un sistema que no puede describirse de manera
simple, ni tampoco entenderse a partir del análisis separado de sus partes; requiere un pensamiento que
capte las relaciones, interacciones y el contexto" (García, 2006, p. 45). En Colombia, esto se traduce en
formar docentes que puedan, por ejemplo, entender cómo el conflicto armado ha afectado las
trayectorias educativas en ciertas regiones o cómo las cosmovisiones de los pueblos indígenas deben
dialogar con el currículo nacional.
La reflexividad crítica y la autoorganización constituyen otro pilar insoslayable. Los docentes
colombianos operan en contextos que demandan una alta capacidad de adaptación y toma de decisiones
autónomas. La formación debe, por lo tanto, trascender la mera transmisión de contenidos o la
enseñanza de técnicas estandarizadas, para enfocarse en el desarrollo de profesionales reflexivos.
Siguiendo a Donald Schön (1992), es crucial fomentar la "reflexión en la acción" y "sobre la acción",
permitiendo a los docentes aprender continuamente de su práctica, ajustarla a las necesidades
emergentes y co-crear soluciones pertinentes. En un país donde las "recetas" pedagógicas a menudo
resultan insuficientes ante la singularidad de cada aula, la capacidad del docente para autoorganizar su
práctica, experimentar de manera informada y aprender del error se vuelve un activo invaluable. Los
programas de formación deberían, en consecuencia, incorporar estrategias como el análisis de
incidentes críticos, la investigación-acción participativa y la creación de comunidades de aprendizaje
donde se problematice y reconstruya la práctica docente en el contexto colombiano específico.
La adaptabilidad y la gestión de la incertidumbre son competencias esenciales para el docente
colombiano. El país vive un proceso continuo de transformación social, con avances y retrocesos en la
consolidación de la paz, desafíos ambientales crecientes y una dinámica económica fluctuante. Estos
factores generan un entorno de incertidumbre que permea el sistema educativo. La teoría de la
complejidad nos enseña que los sistemas vivos, como las comunidades educativas, prosperan en el
"borde del caos", donde la creatividad y la adaptación son posibles. Los docentes deben estar preparados
para navegar esta incertidumbre, no con temor, sino con una actitud proactiva y resiliente. "Lejos del
equilibrio, nuevas estructuras pueden emerger espontáneamente" (Prigogine e Stengers, 1990, p. 142).
pág. 3961
Esto significa que la formación docente en Colombia debe exponer a los futuros educadores a la
resolución de problemas complejos y abiertos, fomentando la flexibilidad cognitiva y la capacidad de
innovar ante situaciones imprevistas, como podría ser la integración de estudiantes ctimas del
desplazamiento o la adaptación a nuevas tecnologías en contextos con conectividad limitada.
La promoción de la transdisciplinariedad y la integración del conocimiento es igualmente vital. Muchos
de los desafíos más apremiantes de Colombia –la construcción de una paz sostenible, la superación de
la inequidad, la protección de su megadiversidad biológica– son problemas complejos que no pueden
ser abordados desde una única disciplina. La formación docente debe, por tanto, romper con la
tradicional fragmentación curricular y fomentar la capacidad de integrar saberes. Como lo plantea
Basarab Nicolescu (1996), la transdisciplinariedad se ocupa de "aquello que está al mismo tiempo entre
las disciplinas, a través de las diferentes disciplinas y más allá de toda disciplina" (p. 36). En el aula
colombiana, esto podría traducirse en proyectos pedagógicos que aborden, por ejemplo, la memoria
histórica a través del arte y las ciencias sociales, o la sostenibilidad ambiental integrando conocimientos
de biología, química, ética y economía local. Formar docentes con una visión transdisciplinar es
prepararlos para ayudar a sus estudiantes a desarrollar una comprensión más holística y pertinente del
mundo en que viven.
Finalmente, la ética del cuidado y la colaboración en red se erige como un componente transversal y
fundamental. En un país que busca sanar heridas sociales profundas y construir una sociedad más
equitativa, la dimensión ética de la labor docente es primordial. Una formación informada por la
complejidad debe inculcar una profunda ética del cuidado, tal como la concibe Nel Noddings (1984),
donde "el cuidado es la base de la moralidad" (p. 28), enfatizando la empatía, el reconocimiento del
otro y la responsabilidad en la relación pedagógica.
Esto es especialmente relevante en contextos de vulnerabilidad. Asimismo, la complejidad de los
desafíos educativos en Colombia demanda un trabajo colaborativo. Los docentes no pueden ser islas;
necesitan construir redes de apoyo, comunidades de práctica y alianzas con otros actores sociales. La
formación debe activamente promover las habilidades para el trabajo en equipo, la comunicación
asertiva y la construcción de proyectos colectivos, tanto dentro de las instituciones educativas como
con la comunidad en general.
pág. 3962
DESARROLLO
Con respecto a lo planteado, para la realización del presente artículo y dar cumplimiento a lo expuesto
anteriormente, se asumió la modalidad de ensayo como forma de construcción textual. En este formato
se reflexiona desde los aportes teóricos en torno a la formación del docente actual, considerando un
enfoque desde la teoría de la complejidad. Este enfoque permite abordar la educación como un
fenómeno dinámico, interconectado y multidimensional, que no puede ser comprendido desde miradas
lineales o reduccionistas. Al emplear la metodología interpretativa en un ensayo académico, no se busca
únicamente describir o analizar datos empíricos, sino comprender el sentido profundo que los actores
educativos otorgan a sus vivencias, discursos y prácticas dentro de los contextos escolares. Esta
aproximación metodológica favorece la construcción de argumentaciones abiertas al diálogo, en las que
el pensamiento crítico se entrelaza con la sensibilidad ética y con la capacidad de leer los fenómenos
más allá de su apariencia inmediata.
De esta manera, el ensayo se convierte en un espacio hermenéutico y reflexivo, donde el autor no solo
interpreta, sino que también resignifica y proyecta nuevas comprensiones sobre la complejidad de la
realidad educativa. Es un ejercicio intelectual que articula teoría y práctica en un proceso de constante
indagación, revisión y transformación del conocimiento pedagógico.
CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES
En conclusión, repensar la formación docente en Colombia desde la teoría de la complejidad implica
un compromiso con el desarrollo de educadores capaces de comprender la naturaleza interconectada de
los fenómenos educativos, reflexionar críticamente sobre su práctica, adaptarse a la incertidumbre,
integrar conocimientos de manera transdisciplinar y actuar desde una profunda ética del cuidado y la
colaboración. Esta no es una tarea sencilla, pues requiere transformaciones curriculares, pedagógicas e
institucionales significativas. Sin embargo, es una apuesta indispensable para que la educación en
Colombia pueda efectivamente contribuir a la construcción de un futuro más justo, pacífico y sostenible
para todas y todos.
Formar docentes desde la teoría de la complejidad implica cultivar el pensamiento sistémico, la
reflexividad crítica, la adaptabilidad ante la incertidumbre, la capacidad de integración transdisciplinar
del conocimiento y una sólida ética del cuidado vivida en colaboración.
pág. 3963
Estos elementos, interconectados y sinérgicos, buscan preparar educadores que no solo comprendan la
complejidad del acto de educar, sino que también se sientan empoderados para actuar de manera
creativa, ética y transformadora en los dinámicos escenarios educativos del presente. Desde aquí, las
casas de estudio deben adaptarse a las necesidades y realidades emergentes en los diferentes escenarios
educativos, donde el profesional de la docencia tiene que replantearse lo aprendido e idear nuevas
metodologías que estimulen la resignificación de las realidades de cada estudiante.
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ideas sobre currículum y complejidad).
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